Tiempo atrás escuché en la televisión a la británica de origen iraní Doris Lessing, premio Príncipe de Asturias de Humanidades 2001 y Nobel de Literatura 2007. Hablaba de los valores que se están perdiendo en el mundo y ponía como ejemplo la sociedad, en la España medieval, de judíos, musulmanes y cristianos, que convivieron en armonía intercambiando su conocimiento durante algunos siglos, hasta que la intolerancia acabó con aquella prosperidad cultural. Me impresionaron sus palabras, que por ser llanas y razonables estaban envueltas de sabiduría. Poco después Federico Mayor Zaragoza, que fue Director General de la UNESCO y actualmente preside la Fundación para una Cultura de Paz, el Grupo de Alto Nivel para la Alianza de Civilizaciones y es miembro del Comité de Honor de la Coordinación internacional para el Decenio de la no-violencia y de la paz, argumentaba el conocimiento, la empatía y la tolerancia como base de una formación humanística necesaria en una sociedad cada vez más egoísta.
Los valores se pierden porque perdemos la memoria colectiva de los hechos ocurridos en el pasado, porque las experiencias que debieran enseñarnos a corregir nuestros errores no las analizamos, porque no nos nutrimos intelectualmente de pensamientos filosóficos, porque no aprendemos de otras culturas, porque no aceptamos distintas actitudes ante la vida que no sean las nuestras, porque no viajamos lo suficiente... Como decía hace años mi profesora de la universidad María Eugenia Ron: —Viajar te abre la mente—. Y es verdad. Yo me repito esta frase porque la asumo como parte de mi manera de entender la vida.
Pero no sólo viaja en los medios de transporte. También se viaja leyendo. Cuando el autor expresa lo que vive, lo que piensa, lo que desea, a veces se siente uno identificado con algún hecho concreto y rememora parte de su vida en lo que lee. A mí a veces me ocurre.
Hay libros sobre viajes o que describen lugares que me han causado una grata impresión: Caminos de Herradura, de Frederic Remington; Cómo encontré a Livingstone, de Sir Henry M. Stanley; Corazón de Ulises y Vagabundo en África, de Javier Reverte; Cuadernos de montaña, de Eduardo Martínez de Pisón; Del Orinoco al Amazonas y Diario de viaje a España, de Alexander von Humboldt; Diario y aventuras en Nootka, de John R. Jewitt; Ébano, de Ryszard Kapuscinski; El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; El libro de los viajes, de José Salvador y Conde; El viaje a la felicidad, de Eduardo Punset; El viaje prodigioso, de Manuel Leguineche y M. A. Velasco; El último diario del Dr. Livingstone, de David Livingstone; Excursiones al Guadarrama, de José Fernández Zabala; Los árabes de las marismas, de Wilfred Thesiger; Las montañas de la Luna, de Sir Richard Burton; Los Pueblos y Castilla, de Azorín; Nuevo viaje de España. La ruta de los foramontanos y La vía del Calatraveño, de Víctor de la Serna; Primer viaje alrededor del globo, de Antonio Pigafetta; Paisaje y excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama, de Nicolás Ortega; Rutas de zooarqueología, de Francisco Bernis; Viaje por España y Portugal, de Jerónimo Münzer; Viajes, de Marco Polo; Viajes por Marruecos, de Alí Bey; Vida del Almirante Don Cristóbal Colón, de Washington Irving o la Antología poética que, acerca de viajes, escribiera Antonio Machado.
A todos sus autores quiero agradecer que hicieran tan grandes libros.
Los valores se pierden porque perdemos la memoria colectiva de los hechos ocurridos en el pasado, porque las experiencias que debieran enseñarnos a corregir nuestros errores no las analizamos, porque no nos nutrimos intelectualmente de pensamientos filosóficos, porque no aprendemos de otras culturas, porque no aceptamos distintas actitudes ante la vida que no sean las nuestras, porque no viajamos lo suficiente... Como decía hace años mi profesora de la universidad María Eugenia Ron: —Viajar te abre la mente—. Y es verdad. Yo me repito esta frase porque la asumo como parte de mi manera de entender la vida.
Pero no sólo viaja en los medios de transporte. También se viaja leyendo. Cuando el autor expresa lo que vive, lo que piensa, lo que desea, a veces se siente uno identificado con algún hecho concreto y rememora parte de su vida en lo que lee. A mí a veces me ocurre.
Hay libros sobre viajes o que describen lugares que me han causado una grata impresión: Caminos de Herradura, de Frederic Remington; Cómo encontré a Livingstone, de Sir Henry M. Stanley; Corazón de Ulises y Vagabundo en África, de Javier Reverte; Cuadernos de montaña, de Eduardo Martínez de Pisón; Del Orinoco al Amazonas y Diario de viaje a España, de Alexander von Humboldt; Diario y aventuras en Nootka, de John R. Jewitt; Ébano, de Ryszard Kapuscinski; El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; El libro de los viajes, de José Salvador y Conde; El viaje a la felicidad, de Eduardo Punset; El viaje prodigioso, de Manuel Leguineche y M. A. Velasco; El último diario del Dr. Livingstone, de David Livingstone; Excursiones al Guadarrama, de José Fernández Zabala; Los árabes de las marismas, de Wilfred Thesiger; Las montañas de la Luna, de Sir Richard Burton; Los Pueblos y Castilla, de Azorín; Nuevo viaje de España. La ruta de los foramontanos y La vía del Calatraveño, de Víctor de la Serna; Primer viaje alrededor del globo, de Antonio Pigafetta; Paisaje y excursiones. Francisco Giner, la Institución Libre de Enseñanza y la Sierra de Guadarrama, de Nicolás Ortega; Rutas de zooarqueología, de Francisco Bernis; Viaje por España y Portugal, de Jerónimo Münzer; Viajes, de Marco Polo; Viajes por Marruecos, de Alí Bey; Vida del Almirante Don Cristóbal Colón, de Washington Irving o la Antología poética que, acerca de viajes, escribiera Antonio Machado.
A todos sus autores quiero agradecer que hicieran tan grandes libros.
Felipe Castilla