La ruptura de la legalidad constitucional nunca está justificada, pero de ninguna manera a través de la violencia de un golpe de estado.
Según los aficionados y profesionales de las «asonadas militares», es la forma más eficiente y única para defender la integridad de la patria y los derechos históricos inalienables, para dejar las cosas como siempre han sido: inamovibles. Multitud de razones son argumentadas por los partidarios de aplicar «la fuerza de la armas como sustituto de la fuerza de la razón».
Las palabras sirven para intercambiar ideas, para facilitar el encuentro de los desencuentros y ser medio de expresión de los reprimidos y represaliados. Los caminos por los tortuosos mundos del dialogo y de la comprensión de las diferentes realidades y hechos sociales son difíciles pero apasionantes.
Al hondureño, como a otros tantos pueblos, se le quiere secuestrar la capacidad de decidir, de elegir libremente y de poder construir su realidad como grupo. En definitiva se les quiere quitar el derecho al diálogo... a la palabra.
En todos los lugares de este mundo, aunque cada uno con su trágica singularidad, aparecen los «salvadores de la patria», los hombres de un «único libro», de un único dios, los que quieren llevar por el buen camino a los pueblos descarriados, los que consideran que sòlo existe una verdad y una razón… la suya.
Hasta cuándo los pueblos tienen que soportar que otros decidan por ellos, hasta cuándo el cinismo de la Comunidad Internacional, que en unos casos ponen en funcionamiento todos los mecanismos de «interposición humanitaria» y en otros se queda con los gestos y las tímidas solicitudes de vuelta a la legalidad.
El pueblo hondureño está gritando por su derecho a la palabra, pero también está reclamando a la Comunidad Internacional para que evite muertos en la calle o en los estadios.
Para evitar que el sufrimiento sea algo recurrente en la historia reciente de los países iberoamericanos, es necesario impedir, con todos los mecanismos que ofrece la legalidad internacional, acontecimientos como los que están sucediendo en Honduras; para ello es imprescindible que hombres y mujeres de aquí y de allá exijan a sus gobiernos que actúen de forma contundente y decidida.
Es el modo más eficaz de advertir a los que con tanta facilidad hacen sonar sus sables, a sus apoyos nacionales e internacionales y a todos aquellos que se lucran de estos acontecimientos, es que sus acciones no quedarán impunes y que sólo existe un poder y una legalidad: la soberanía popular.
miércoles, 28 de octubre de 2009
No más «gritos del silencio»: el pueblo hondureño está en la calle.
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