Los Azúcares (glucógeno del hígado y de reservas de las células musculares) son los primeros elementos que quema el cuerpo cuando éste es sometido a un fuerte ejercicio o a un ayuno. Cuando éstos son agotados, las grasas (ácidos grasos, fosfolípidos, colesterol) van eliminando poco a poco sus reservas. En el siguiente paso y ya en casos extremos las proteínas también son consumidas, es decir, obtenemos energía ya no de reservas si no del sacrificio de los propios músculos. En el caso del ecosistema podríamos considerar como almacenes de materia y energía a la materia en descomposición (animales y plantas muertas) que se transforma fácilmente en alimento para los productores que son las plantas.
Del dinero como de los azúcares se obtiene un beneficio inmediato, ya sea en forma de producto o energía. En caso de perder nuestro trabajo a lo primero que acudimos para sobrevivir es a las reservas monetarias que tenemos en nuestro principal banco (hígado) y a pequeños ahorros en otras sucursales (células musculares). Cuando se nos acaba, no tendremos más remedio que vender bienes necesarios pero no imprescindibles (grasas), como el coche, los electrodomésticos, etcétera. Si no salimos de la crisis empezaremos a perder lo más necesario (proteínas) : techo, calefacción, alimento...
Dicen que “poderoso caballero es Don Dinero” y es que aún no se ha inventado un elemento de cambio más ágil para la obtención de todo tipo de producto deseable. Esta característica ha hecho que aquellos que disfruten del control de este metal sean los que controlen el pulso del planeta. Por eso el justo reparto de los recursos ha de pasar por una distribución más equitativa del poder adquisitivo y, por tanto, de una economía solvente. Hay que recordar que esta realidad no se ha dado en ningún momento histórico y nuestro siglo XX y XXI más que dar la vuelta a esta tendencia, la ha empeorado. La globalización económica de corte neoliberal basada en el mayor beneficio al menor coste, prescinde cada vez más de los empleos de los que hasta ahora dependía.
Si nos metemos en el terreno de los intercambios observamos relaciones comerciales muy desiguales entre el Norte y el Sur. El primero impone al segundo los precios de los productos, a pesar de ser este último el que tiene en sus territorios la mayor parte de la materias primas. Incluso, el esfuerzo de los países en desarrollo por buscar inversores del primer mundo dentro de su propio espacio no les permite tener un control del capital que favorezca a sus pueblos o, si lo tienen, se concentra en élites corruptas casi siempre. Todo lo dicho realiza “heridas sangrantes” especialmente en las capas de población humilde donde el mayor desempleo hace perder toda esperanza de futuro para sus familias. En ningún momento pueden competir con los extranjeros que van monopolizando la explotación de los recursos autóctonos, implementando un colonialismo más efectivo que cualquier usurpación de soberanía. Esto lleva a una pérdida de credibilidad en los gestores de los fondos públicos, superando la creencia en salvadores de la patria y una tendencia a la búsqueda, aún lejana de generalizarse, de gestión popular como ocurrió por ejemplo en Porto Alegre con los presupuestos participativos. En este campo de la esperanza hay que destacar el terreno que va ganando poco a poco el llamado Comercio Justo (en algunos países de Centroeuropa se acerca al 40 % del Pib). Como oportunidades que dibujan una posibilidad de futuro están las reivindicaciones de canjeo de la deuda externa del Sur por inversiones en proyectos de desarrollo social y sostenible a través de ONGs.
Como punto final dentro de este cambio global hay un aspecto que pasa desapercibido pero quizás haya que concebirlo como la mayor de las amenazas : la contaminación mental. El hecho de que el mercado domine todos los ámbitos de la vida crea una mentalidad del “todo se puede comprar o vender” de la que es difícil salir. Todo ha de tener un marketing, un símbolo o logotipo que acaba teniendo más importancia que su propio significado. Esto nos hace tocar la superficialidad y nunca el fondo. Si hablamos de una cultura ancestral nos quedamos más con la estética de su imagen y sus bailes rituales que lo que les mueve a vestirse o danzar de una determinada manera. Es un hecho triste darse cuenta que al hablar de otro tipo valores (estéticos, ecológicos, éticos, científicos, cultural, etc.) éstos se entienden bien sólo si se valoran económicamente. Es hasta tal punto así que, a veces, hay que hablar en el mismo lenguaje o meterse en el mismo terreno para combatir al menos los efectos de este modo de pensar. Aunque resulte burdo el valorarlo todo en dinero es importante la imposición desde hace unos pocos años que tiene en cuenta los costes ecológicos y sociales de cada actividad humana. Este es un gran logro del mundo conservacionista y sindicalista ya que hace entender el valor de aquello que se pierde y, subsanarlo en parte. A pesar de eso, múltiples picarescas permiten a empresas y países zafarse de pagar un precio justo por las pérdidas ocasionadas, lo que deja claro que esta estrategia no es más que un parche y que sin cambio de mentalidad y de corazón no hay verdadero futuro.
La citada búsqueda del mayor beneficio al menor coste se está cebando especialmente en lo social. El mayor aliado para este fin son los avances tecnológicos gracias a los cuales se puede prescindir cada vez de más empleos. M. Gandhi, que decía no estar en contra de las máquinas, manifestaba que éstas debían estar en manos del Estado para el beneficio común ya que, en manos privadas, podía quitar el trabajo de millones de personas en la India. Claro que la experiencia nos ha enseñado que no debe concentrarse todas las herramientas que producen riqueza a expensas únicamente de la administración central ya que el poder corrompe y el pueblo se quedaría sin defensas. Una vía para evitar esto son los ya creados tribunales internacionales o los que tienen poder más allá de sus fronteras cuyo caso más sonado fue el de Pinochet requerido por el juez Garzón. Fue un intento fallido, pero sirvió para creer que, en el futuro, otros casos de corrupción no quedarán impunes.
En una pincelada que nos de una visión global diremos que: nuestro planeta, en cuanto al dinero y todo lo que se puede conseguir con él, muestra una hipertrofia del 20 % de sus órganos (países ricos) y un 80 % de atrofia de diversos grados (países pobres). El irregular flujo monetario, claramente sobrealimentando a los primeros (76% de los recursos mundiales) en detrimento de los segundos (24% de los mismos recursos), puede llevar al colapso del sistema. Concluyendo: el buen estado general de salud de la Gaia de Lovelock depende claramente, aunque no únicamente, de la distribución equitativa de este elemento llamado dinero.
Juan Gómez Soto
Del dinero como de los azúcares se obtiene un beneficio inmediato, ya sea en forma de producto o energía. En caso de perder nuestro trabajo a lo primero que acudimos para sobrevivir es a las reservas monetarias que tenemos en nuestro principal banco (hígado) y a pequeños ahorros en otras sucursales (células musculares). Cuando se nos acaba, no tendremos más remedio que vender bienes necesarios pero no imprescindibles (grasas), como el coche, los electrodomésticos, etcétera. Si no salimos de la crisis empezaremos a perder lo más necesario (proteínas) : techo, calefacción, alimento...
Dicen que “poderoso caballero es Don Dinero” y es que aún no se ha inventado un elemento de cambio más ágil para la obtención de todo tipo de producto deseable. Esta característica ha hecho que aquellos que disfruten del control de este metal sean los que controlen el pulso del planeta. Por eso el justo reparto de los recursos ha de pasar por una distribución más equitativa del poder adquisitivo y, por tanto, de una economía solvente. Hay que recordar que esta realidad no se ha dado en ningún momento histórico y nuestro siglo XX y XXI más que dar la vuelta a esta tendencia, la ha empeorado. La globalización económica de corte neoliberal basada en el mayor beneficio al menor coste, prescinde cada vez más de los empleos de los que hasta ahora dependía.
Si nos metemos en el terreno de los intercambios observamos relaciones comerciales muy desiguales entre el Norte y el Sur. El primero impone al segundo los precios de los productos, a pesar de ser este último el que tiene en sus territorios la mayor parte de la materias primas. Incluso, el esfuerzo de los países en desarrollo por buscar inversores del primer mundo dentro de su propio espacio no les permite tener un control del capital que favorezca a sus pueblos o, si lo tienen, se concentra en élites corruptas casi siempre. Todo lo dicho realiza “heridas sangrantes” especialmente en las capas de población humilde donde el mayor desempleo hace perder toda esperanza de futuro para sus familias. En ningún momento pueden competir con los extranjeros que van monopolizando la explotación de los recursos autóctonos, implementando un colonialismo más efectivo que cualquier usurpación de soberanía. Esto lleva a una pérdida de credibilidad en los gestores de los fondos públicos, superando la creencia en salvadores de la patria y una tendencia a la búsqueda, aún lejana de generalizarse, de gestión popular como ocurrió por ejemplo en Porto Alegre con los presupuestos participativos. En este campo de la esperanza hay que destacar el terreno que va ganando poco a poco el llamado Comercio Justo (en algunos países de Centroeuropa se acerca al 40 % del Pib). Como oportunidades que dibujan una posibilidad de futuro están las reivindicaciones de canjeo de la deuda externa del Sur por inversiones en proyectos de desarrollo social y sostenible a través de ONGs.
Como punto final dentro de este cambio global hay un aspecto que pasa desapercibido pero quizás haya que concebirlo como la mayor de las amenazas : la contaminación mental. El hecho de que el mercado domine todos los ámbitos de la vida crea una mentalidad del “todo se puede comprar o vender” de la que es difícil salir. Todo ha de tener un marketing, un símbolo o logotipo que acaba teniendo más importancia que su propio significado. Esto nos hace tocar la superficialidad y nunca el fondo. Si hablamos de una cultura ancestral nos quedamos más con la estética de su imagen y sus bailes rituales que lo que les mueve a vestirse o danzar de una determinada manera. Es un hecho triste darse cuenta que al hablar de otro tipo valores (estéticos, ecológicos, éticos, científicos, cultural, etc.) éstos se entienden bien sólo si se valoran económicamente. Es hasta tal punto así que, a veces, hay que hablar en el mismo lenguaje o meterse en el mismo terreno para combatir al menos los efectos de este modo de pensar. Aunque resulte burdo el valorarlo todo en dinero es importante la imposición desde hace unos pocos años que tiene en cuenta los costes ecológicos y sociales de cada actividad humana. Este es un gran logro del mundo conservacionista y sindicalista ya que hace entender el valor de aquello que se pierde y, subsanarlo en parte. A pesar de eso, múltiples picarescas permiten a empresas y países zafarse de pagar un precio justo por las pérdidas ocasionadas, lo que deja claro que esta estrategia no es más que un parche y que sin cambio de mentalidad y de corazón no hay verdadero futuro.
La citada búsqueda del mayor beneficio al menor coste se está cebando especialmente en lo social. El mayor aliado para este fin son los avances tecnológicos gracias a los cuales se puede prescindir cada vez de más empleos. M. Gandhi, que decía no estar en contra de las máquinas, manifestaba que éstas debían estar en manos del Estado para el beneficio común ya que, en manos privadas, podía quitar el trabajo de millones de personas en la India. Claro que la experiencia nos ha enseñado que no debe concentrarse todas las herramientas que producen riqueza a expensas únicamente de la administración central ya que el poder corrompe y el pueblo se quedaría sin defensas. Una vía para evitar esto son los ya creados tribunales internacionales o los que tienen poder más allá de sus fronteras cuyo caso más sonado fue el de Pinochet requerido por el juez Garzón. Fue un intento fallido, pero sirvió para creer que, en el futuro, otros casos de corrupción no quedarán impunes.
En una pincelada que nos de una visión global diremos que: nuestro planeta, en cuanto al dinero y todo lo que se puede conseguir con él, muestra una hipertrofia del 20 % de sus órganos (países ricos) y un 80 % de atrofia de diversos grados (países pobres). El irregular flujo monetario, claramente sobrealimentando a los primeros (76% de los recursos mundiales) en detrimento de los segundos (24% de los mismos recursos), puede llevar al colapso del sistema. Concluyendo: el buen estado general de salud de la Gaia de Lovelock depende claramente, aunque no únicamente, de la distribución equitativa de este elemento llamado dinero.
Juan Gómez Soto
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