Este fin de semana nos hemos enterado de la noticia: Al Gore premiado. Muchos estarán pensando que no se lo merece otros lo aplauidirán. Lo cierto es que daban la noticia envuelta en un halo de polémica y desmericimiento hacia Al Gore y también hacia su documental, porque no refleja con exactitud algunos datos científicos y, como no, la comunidad de sabios presenta su queja, y los periodistas, como pueden, la trasmiten. Hasta aquí todo normal.
Mario R. Capecchi, Sir Martin J. Evans, Oliver Smithies, Albert Fert, Peter Grünberg o Gerhard Ertl son más afortunados, al no ser personajes públicos y por lo tanto no conocidos creemos a pies juntillas que se lo merecen, no discutimos, no nos importa pero, eso sí, cuando lo conocemos, ya sea por su trayectoria política, por sus andanzas climáticas o por un documental, ahí estamos los primeros para poner la puntilla.
Quisera hablar del documental en el que sale Al Gore como actor de reparto, que es por lo que la mayoría conoce a este señor de Washington y reivindicar el mérito de esta película dirigida por Davis Guggenheim: nunca una película documental fue tan vista en la historia audiovisual y eso significa el imponente potencial mediático que ha despertado. Este aparente egocéntrico y oportunista político ha sido capaz de explicar razonablemente lo que significa y significará el cambio climático en un cuidado y educativo documental, gracias a él, el cambio climático se ha convertido en un tema de conversación y de reflexión de muchos, ha permitido, al fin, que un problema medioambiental se globalice.
Seamos claros, Al Gore ha inventado el premio Nobel de la Divulgación Científica y lo ha inaugurado con un problema que, posiblemente, sea el más grande al que se enfrentará el género humano.
Eduardo Lamana
Biólogo
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